Cuando tengo que enseñar a cualquier grupo de personas como conseguir un nivel óptimo de bienestar a través de sus finanzas personales descubro cosas reveladoras. Mi ejercicio favorito en clase es “¿Cuál es tu color de dinero?”
Todos tenemos un color de dinero, según Tope Fajingbesi, un hombre inspirado, extraordinario orador y entrenador de desarrollo personal. Para esta actividad, les pido a los participantes que nombren su color personal según las siguientes pautas:
- Verde: Siempre estás pensando en cómo tu dinero puede generar más dinero.
- Azul: Ahorras, pero no quieres invertir por miedo a perder dinero.
- Amarillo: Sigues el lema “Trabaja duro, juega duro”. No necesariamente estás endeudado.
- Gris: Nunca gastas dinero; usas las mismas cuatro camisas rotas cada semana.
- Rojo: Vives de prestado; no conoces ningún mecanismo de gratificación demorada; gastas el dinero tan pronto como lo recibes.
He rastreado las respuestas de las últimas cinco clases y el porcentaje de personas que dicen que el amarillo o el rojo es siempre dominante. Los participantes siempre se ríen cuando les pido que lean sus respuestas después de decirles que mi color de dinero es verde, y no siempre en el buen sentido.
La siguiente pregunta que hago es: “¿De qué color te gustaría ser?” Sorprendentemente, la mayoría de los participantes dice azul con algunas manos arriba para el verde. Los azules me suelen decir que carecen de una comprensión adecuada de cómo funcionan las inversiones y no tienen ni tiempo ni muchos deseos de aprender; solo quieren estar bien.
Me sumerjo en los aspectos positivos y negativos de cada color. Para ser honesto, nunca puedo pensar en aspectos positivos asociados con ser rojo.
Además, ser verde no siempre es bueno. A veces, ser verde significa siempre buscar la manera más fácil para hacerse rico rápidamente. Trabajar duro, jugar duro (amarillo) no significa en principio que esa persona no esté pagando sus facturas o que esté endeudado.
Por eso es importante dedicar tiempo a hablar sobre la elección del color del participante.
En general, encuentro que hay al menos un factor emocional que contribuye a cada comportamiento respecto de las finanzas personales.
Una vez una participante me dijo que obtuvo todo lo que quería cuando era niña y que quería dar lo mismo a sus hijos, pero la realidad era que no podía permitirse el lujo de satisfacer sus exigencias. No le dije que estaba equivocada. Simplemente la animé a concentrarse más en objetivos como comprar una casa donde sus hijos puedan pasar un buen rato mientras crecen.
Le dije que cada vez que deseara comprarles un regalo a sus hijos, se preguntara si podía destinar ese dinero a ahorrar para el enganche de una propiedad. Más tarde me dijo que a veces funcionaba y otras no. Hubo momentos en que ella cedió a la culpa y les compró lo que quisieron.
Cómo procesar los gastos relacionados con la culpa es un tema suficientemente amplio para escribir un artículo.
Siempre hay capas de razones emocionales por las que actuamos de la manera que lo hacemos con el dinero.
Incluso aquellas personas con buenos hábitos económicos se han beneficiado de las experiencias que han tenido en su vida. Siempre trato de recordar esto cuando trabajo con grupos y busco no juzgarlos. Al contrario, intento convencerlos de que traten de aplicar en sus vidas los significados profundos de los colores a los que aspiran. También los tranquilizó con historias de por qué está bien ser diferente.
Otra cosa que hago es contarles la historia de un amigo de mi papá que ganaba más de $200,000.00 al mes pero insistía en comprarse el modelo de automóvil más básico; y solo tenía cinco atuendos para vestir. Mi papá se negó rotundamente a viajar con él en el verano porque nunca se compró un coche con aire acondicionado.
El Sr. P definitivamente era gris. Pero la razón por la que era gris era porque no tenía familia y le encantaba comprar maquetas de trenes. ¡Cada vez que iba una feria de trenes era capaz de gastarse todas sus ganancias de un mes! Podía permitirse el lujo de hacer eso porque vivía una vida de frugalidad.
Todo esto que les comparto solo demuestra que ningún color de dinero encaja perfectamente con nadie y que siempre hay matices de gris en cada uno de nosotros. Incluso aquellos que tienen lo que la mayoría consideraría buenos hábitos de dinero han aprendido ese comportamiento de las experiencias que han tenido en sus propias vidas. Trato de ser lo más compasivo que puedo con estos hechos cuando estoy frente a un grupo.
Permitir que los adultos hablen sobre sus finanzas personales en un entorno sin prejuicios le permitirá generar hacia usted una corriente de confianza que los beneficiará a ambos. ¡Pruébelo!