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Un niño camina a través de dos juegos de puertas dobles estándar de oficina hacia una habitación iluminada con fluorescentes y un poco lúgubre.
Está con su madre y sus dos hermanas menores. Mamá les suplica en voz baja que dejen de pelear y armar alboroto. Él tiene 10 años; sus hermanas cinco y seis y mamá está muy cansada.
Ella les indica que vayan a sentarse en los bancos de la iglesia mientras camina hacia una mesa situada a la derecha para unirse a un par de personas que ya están esperando en la fila del banco de alimentos. Después de una breve espera, escucha que alguien la llama por su nombre.
Banco de alimentos: la experiencia de mi familia
La entrega de alimentos se produce más o menos así: primero hay que llenar un papeleo. Un empleado del banco de alimentos recopila información sobre los ingresos de la madre, el tamaño de la familia, la situación de su vivienda y más.
A ese empleado se le nota que no está disfrutando el proceso. Al menos, eso es lo que le parece al niño de 10 años que observa desde la distancia y que debe lidiar con sus hermanas pequeñas. Las dos chicas siguen portándose mal, como siempre.
Después de unos minutos, la madre sale de la oficina luciendo más feliz, como si acabara de quitarse un poco del enorme peso sobre sus hombros.
Todos caminan por el pasillo hacia la parte trasera del edificio. Se acercan a una puerta que tiene una pequeña abertura con un mostrador detrás; todos sentimos que es como caminar hacia un camión de helados. Hay tres o cuatro personas muy alegres paradas adentro, obviamente voluntarias, que están empacando varios alimentos en bolsas de plástico reutilizadas de distintos supermercados.
Recoger la comida
La mayoría de los artículos no son perecederos: son cereales para cocinar, leche en polvo, latas de atún y jamón. Cosas muy básicas y aburridas para mí. Pero hay algunos productos que son un poco más reconocibles para los niños.
Seis pastelitos de chocolate donados por una tienda de comestibles local, presumiblemente para darle a los niños (y a su madre, en realidad) un momento de felicidad en medio de lo que mucha gente podría percibir como una situación de devastación y pobreza extrema.
Todas las bolsas y cajas se cargan en una caja más grande. Esa caja es tan grande que el niño piensa que podría hacerse un carrito con ella; aunque el uso que tiene ahora parece un poco más sombrío.
Los voluntarios abren la puerta y mamá le hace señas al niño para que tome una de las asas de la enorme caja. Entre los dos podrán llevarla. Mamá le da a la mujer un abrazo con todo su agradecimiento y corre detrás de sus hijas que salen trotando por la puerta como potrillas.
Mamá abre la puerta trasera de la pequeña carcacha que la familia aún posee, y las chicas se amontonan y se abrochan el cinturón, todavía discutiendo. El niño ayuda a su madre a poner la comida en la cajuela y devuelve la caja más grande con asas a los voluntarios. Mientras el niño se aleja, uno de los voluntarios le grita: “Cuida a tu mamá”.
Reflexiones finales: nuestra historia del banco de alimentos
El niño soy yo. El lugar es el almacén de Alimentos para todos, A. C. , o Cáritas, o alguno de los bancos de la Red Mundial de Alimentos , o incluso, en zonas de conflicto o que sufren catástrofes naturales o los efectos del cambio climático, la maravillosa organización altruista World Central Kitchen. Todas estas instituciones alrededor del mundo trabajan con voluntarios que se movilizan, productores de alimentos que los brindan a los que no tienen y personas que desinteresadamente donan dinero, recursos, transportes o su tiempo para devolver la dignidad a miles de personas que alrededor del planeta se ven en la necesidad (por las más diversas razones), de buscar comida para sus familias.
Esta es mi historia. Una historia real. Te aseguro que nadie, absolutamente nadie está exento de necesitar, alguna vez en su vida, del apoyo de una de estas instituciones. De modo que, para terminar mi testimonio, quiero pedirte dos cosas:
Si puedes donar, dona. Tiempo, dinero, alimentos, recursos. Lo que tengas. Tu colaboración ayuda a que miles de familias puedan comer hoy.
Lo segundo: los bancos de alimentos se alimentan del esfuerzo de voluntarios convencidos de que su trabajo no es caridad, sino un acto de solidaridad y justicia con personas como ellos que, por una circunstancia muy concreta, necesitan ese apoyo para sacar adelante a sus familias.